sábado, 22 de diciembre de 2012

STOCKCOLM ROAD



En las tardes las luces de un café medieval se encienden,
yo camino mirando el color de los vidrios,
muchachas rubias caminan en parsimoniosa lentitud,
mi rutina es oír el chillido de los albatros
que pasan en manadas rasgando el cielo
de la ciudad. Extraño los andes blancos,
donde la soledad es magnífica,

el asfalto empieza a humedecerse por el frío acerado,
en ocasiones las aguas del Mälaren se desvanecen
cuando veo la cabellera clara de Agneta
ondeando sobre los parques.
El hielo que se pega a los zócalos hiere el concreto y el blanco de la nieve es tan duro que parece el extremo de un rinoceronte.

Los hombres encorvados llevan las patillas grises de la estación,
mientras camino el verdor de algunas ventanas me alcanza,
distingo al viejo Larsson saliendo de un café y me saluda,
él algunas veces me ha narrado con exactitud el destino del oro andino
sumergido en el fondo del océano.
Jamas he huído de la alevosía  pero las brisas indomables del mar pacífico
me han estado buscando,
ellas se abalanzan contra mí en filudas navajas
para despertarme del exilio.
Yo sigo aquí entre la metálica frialdad que inunda mis huesos;
trato de componer un verso,
intento encontrar afecto en medio de la gente que cruza las avenidas
y en lo indomable de la circunstancia resisto las zancadillas que intenta darme
la sombra silenciosa que me sigue todos los días.

1 comentario:

  1. ¿Por qué miramos siempre el trasero de Europa, cuando tenemos los pechos de América, magníficos, como las cumbres nevadas de los Andes?

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