domingo, 12 de abril de 2015

SAGRA DELLE CILIEGIE












Sardegna, junio de 2008.
¿Recuerdas el color de las cerezas sobre las mesas en verano?
Ese sabor que parecía el verde de las  aguas
y el rojo de un pecho enamorado.
Yo, el extranjero,  y con una dicción entrecortada
queriéndote decir que me iba pronto y que jamás el mar
que recorrimos en las costas mediterráneas tocaría con desidia
tus pies de cernícalo celeste, pero recuerda: 
solamente yo me acomodaba a tus palabras encendidas.
Mi piace la vita e il silenzio, decías itálicamente,
yo desconocía la refulgencia del tiempo
y los barcos de aventureros navegantes se alejaban cada tarde
del puerto y desde palcos saturnianos
vimos extinguirse días extensos y geométricos.
Las cerezas tenían otro dulce en tus manos,
¿por qué no se detuvo el tiempo en los árboles de la isla?
Todo evento así como sucede desaparece
y las entrañas no pueden con el curso de la letanía,
tú hiciste manjares que se guardaban en la nevera
mientras yo respondía cada mañana
a los zumbidos que me avisaban que el presagio
solo era una avenida larga que iba al firmamento.
Mi piace la vita e il silenzio, decías para retener
mi viaje, mi futuro naufragio
 y yo desconocía la refulgencia del tiempo. 

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